Esta pieza retrata a una figura femenina de inspiración geisha, pintada en una paleta limitada de rojos y negros que intensifica su carga emocional.
Su rostro, sereno pero insondable, se ve alterado por un ojo marcado de forma brutal y ambigua: no queda claro si se trata de un tatuaje ceremonial, una herida simbólica o el signo de una transformación interior. Esa marca, cargada de misterio, parece contener un lenguaje oculto que solo ella comprende.
Su melena negra, larga y espesa, se derrama como una sombra líquida y lo envuelve todo, hasta ocupar casi por completo la imagen. Más que un elemento decorativo, actúa como una extensión de su presencia y su fuerza.
En esta obra exploro la tensión entre belleza contenida y energía desbordante, entre lo que se muestra y lo que amenaza con revelarse.